«Si no, me paso el domingo a tu lado
o el lunes cuando sales del trabajo.
El puto verano se me ha hecho largo.»
(‘Super vacío’, de @vicmirallasmusic)
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Sigue leyendo«Si no, me paso el domingo a tu lado
o el lunes cuando sales del trabajo.
El puto verano se me ha hecho largo.»
(‘Super vacío’, de @vicmirallasmusic)
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Sigue leyendo«Qué bonito cuando te veo
Qué bonito cuando te siento
Qué bonito pensar que estás aquí.»
(‘q bonito’, de @rusowksy)
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Sigue leyendo«Viendo llover, nos quedamos dormidos
viendo llover el cielo azul un domingo»
(‘Irreversible’, de @laorejadevgogh)
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Sigue leyendo«Las reglas son para romperlas,
Los límites, solo ilusiones»
(‘Eternamente joven’, de @sensenra)
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Llevo con la idea romántica de abrir un pódcast desde hace casi más de diez años. Por aquel entonces, aún me dedicaba a la traducción y, junto a Eugenia Arrés, amiga y compañera de profesión, pude participar en algunos episodios de Traducción sin cortes, uno de los primeros proyectos ¿multimedia? relacionados con el mundo de la traducción y usando el mercado y el mundo de la traducción como hilo conductor.
Hace unos días se me volvió a pasar por la cabeza la idea de compartir mis ideas a través de algún medio de Internet; precisamente ahí, en la red, me encontré a mí mismo buscando micrófonos para poder grabar algún vídeo, por ejemplo en TikTok, pero, nada más me di cuenta de los precios de los micrófonos y de la mera idea de verme delante de una cámara, desistí. Me pudo la inseguridad, no os voy a mentir. ¿Vídeos cortos? ¿Un pódcast? ¿De qué exactamente? ¿Tenía que ser sobre educación, mi profesión o de algún que otro hobby?
Me abrumó solo la idea de cargarme un poco más la agenda para pensar, grabar, editar, subir y promocionar más contenido en la red. Si es que bastante tengo con hablar en clase, escribir en el blog, y discutir mentalmente con los sabelotodo de la educación cada vez que publican una frase motivacional sobre «aprender a aprender».
Y sin embargo, aquí estoy: escribiendo un artículo sobre las razones por las que no abriría un pódcast (o cualquier cosa que se le parezca)… mientras una parte de mí se pregunta cómo sonaría mi voz al decir «bienvenidos a otro episodio de…». Porque una cosa está clara: si algo define al profesorado de hoy en día es esa contradicción constante entre el rechazo y la tentación. Rechazamos las modas, pero luego caemos en ellas. Nos quejamos del exceso de estímulos, pero seguimos añadiendo más. Así que, antes de que mi tienda online de confianza me vuelva a sugerir micrófonos porque están en oferta, dejo por aquí las razones por las cuales no me metería en un proyecto así (y una razón por la que a lo mejor sí que me apetece).
Podéis leer también otras entradas en esta sección: por qué dejaría de ser docente, por qué dejaría de opositar, por qué el Máster de Profesorado no es la mejor opción para todo el mundo, por qué jamás haría un doctorado, por qué dejé de trabajar con academias, por qué nunca he pedido cartas de recomendación y por qué dejé de ser traductor autónomo.
Sigue leyendo«Todo bien por aquí, aunque debo decir
No tan bien como siempre.»
(‘Tiro el micro’, de @marquitos_ / Oddliquor)
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Sigue leyendo«Sácame de aquí y llévame,
que vas a quedarte y no te vas, prométeme.»
(‘Com você’, de @judeli.ne / @amaia)
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Sigue leyendo«Soñar despierto,
Dormir contigo,
Viajar despacio y volver »
(‘Copacabana’, de @izalmusic)
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Sigue leyendo«Solo necesito un empujón
Una palabra que devuelva la emoción»
(‘Tecnicolor’, de @supersubmarina_oficial)
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Sigue leyendo«Mañana ahora mismo no existe.
Dime pros y contras de irnos a la cama
o de seguir aquí.»
(‘Amore amore amore’, de @rigobertabandini)
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Sigue leyendo«Últimamente, me siento un idiota
Pero una cosa clara tengo hoy
¿Qué tal si mandamos a todos
A tomar por culo?»
(‘Si me necesitas, llámame‘, de @siloe_music)
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Sigue leyendo«Mi corazón, que alguien lo busque para mí.
¿Dónde está? Que esta noche no duerme contigo.»
(‘El aleph’, de @nenadaconte_oficial)
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Lo de que el año empieza en septiembre para los que nos dedicamos a la docencia es una idea que cada vez me parece más desdibujada, aunque sí que es verdad que es cuando más trabajo estoy teniendo. Ahora es cuando empieza casi todo en el mundo de la docencia que sigue el curso escolar y también cuando empiezan a acumularse proyectos después del verano.
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Un tema al que siempre recurro para justificar mis proyectos, mis ritmos o, incluso, el nivel de cansancio que tengo es que mi calendario personal no comienza en enero, sino en septiembre, como todo curso escolar. Y como ya hemos acabado junio, me entra esa sensación de final de curso, de mochila a medio vaciar, de cansancio acumulado. Pero como es mi final de año personal, hay que mirar atrás, recordar un poco lo vivido y comprenderlo un poquito mejor.
Este año me ha parecido extremadamente largo, intenso y, por momentos, desconcertante. Empecé septiembre siendo autónomo, siguiendo la estela de lo que ya estaba haciendo. Es verdad que estaba con diferentes proyectos a la vez, colaborando con varias empresas de formación, con muchísimos alumnos y también con proyectos con los que diría que juré que jamás volvería. Durante esos meses, salté de grupo en grupo, de clase en clase, con una mezcla de alegría, responsabilidad, pero también cansancio.
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A estas alturas de la vida, todos debemos tener en cuenta que ser profesor es más que un trabajo; de hecho, para mí es una disciplina basada en la vocación, en la entrega constante a los demás. Es una tarea en la que ponemos nuestro conocimiento, nuestra paciencia y muchas veces, hasta nuestra propia identidad a disposición de todo el que la necesita. Pero ¿qué pasa cuando esa vocación se ve zarandeada una y otra vez por la realidad? ¿Qué pasa cuando esa pasión se encuentra con condiciones laborales complicadas, una falta de reconocimiento insultante o, simplemente, con la burocracia? Pues que pasa lo que pasa: que el desánimo empieza a ganar terreno. Y es algo que quiero compartir en este diario de a bordo en el que llevo diez años contando y compartiendo experiencias.
No es un tema que hable con muchos compañeros de profesión, pero entiendo que, como en el sector de la traducción, cada vez hay más profesionales que sienten que la labor que hacen día a día no está bien valorada. Actualmente, y debido, en parte, al consumo de las redes sociales, tanto alumnos como profesores exigimos resultados inmediatos, eficacia y eficiencia a toda costa. Y hay que recordar una cosa, tal como he comentado en más de una ocasión: el aprendizaje es un proceso lento, humano y completo, y se tienen que tener en cuenta muchos de estos factores a la hora de ponerse delante de una clase.
Sigue leyendo«Así que vamos a bailar,
prometo no estar quieto
y olvidar a los que nos rodean.»
(‘Mucho más de lo normal‘, de @lacasaazuloficial)
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Lo que me gusta de hacerte regalos es que te hacen ilusión cosas que al resto de mortales simplemente les hace falta para no volverse locos: un poco de tiempo, una receta a fuego lento, una canción en el coche o, incluso más sencillo, un rato en silencio cogidos de la mano.
Y es verdad que este mundo necesita más tiempo, más recetas, más canciones y más silencio, pero lo más importante es tener a alguien a quien regalarle todo esto.
«Tu eres mi canción favorita,
y en repeat te voy a tocar.»
(‘WELTiTA‘, de @badbunnypr)
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Como aficionado a los conciertos, me resulta inquietante la cantidad de gente que se queja en vez de disfrutar. No digo que no haya que expresar a viva voz cuando uno no está contento con lo que recibe, sino que es un lloriqueo constante incluso cuando delante de ellos hay un espectáculo increíble. Es verdad que se puede ajustar un poco más el sonido, que el repertorio puede ser diferente o que, incluso, el artista podría haber hecho esa canción en acústico que tanto te gusta, pero a veces los conciertos por eso de que va en directo, tienen fallos que se pueden ajustar en fechas posteriores. Y no hay queja: de la música, al igual que de la vida, hay que disfrutarla y aprenderla tal como viene. Que hay que mirar a los ojos cuando se canta a pleno pulmón, que hay que coger de la mano en las canciones lentas y también bailar con las más movidas.

Aprender un idioma es una aventura en la que muchos se embarcan por necesidad, imposición o, incluso, mero placer. El aprendizaje está lleno de retos, alguna que otra frustración, pero también muchas satisfacciones. Antes de emprender este viaje, los estudiantes tienen algunas ideas preconcebidas acerca del idioma o del mismo hecho de aprenderlo, que pueden ser limitantes a la hora de aprender de forma activa el idioma. Hoy vamos a hablar de algunos aspectos que me han parecido importantes a la hora de transformar la manera en la que aprendemos un idioma.
Es una recopilación de consejos prácticos, estrategias y también una perspectiva más realista a la hora de aprender un nuevo idioma que me he ido encontrando a lo largo de mi carrera como docente.
Sigue leyendo«Y de nuevo frente al espejo,
nos besamos muy deprisa.
Te beso el cuello y ahora tú te echas encima.»
(‘Magia en Benidorm‘, de @amaia)
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Estoy en ese momento en el que se me sigue pasando todo lo que se supone que, una vez pasado el tiempo, deja de pasar: se me iluminan los ojos, se me pone la piel de gallina, se me acelera el pulso y me dan ganas de recorrer tu piel con tanto ahínco que se te acaben tatuando las yemas de mis dedos. Escribir sobre lo que uno siente a veces es difícil, y también es complicado describir los sentimientos a viva voz, pero la piel nunca miente.

Para pensar en las conexiones de esta vida, es inevitable también pensar en las veces que uno se desconecta. Es algo que he tratado en terapia junto a mi psicóloga, Marta, pero, en ciertos casos, no pensar en ciertas personas mientras continúas con tu vida es directamente imposible. Y Mario, Lorenzo e incluso Alonso —aunque aún siguiera con él— fueron figuras clave que me empujaron a entender qué era lo que buscaba en mis relaciones, tanto románticas como familiares.
Las conexiones que no funcionaron tan bien fueron (y son) tan importantes como aquellas que sí que lo hicieron, porque me mostraron que el amor, la confianza y el respeto no son negociables.
Sigue leyendo
No sé si os acordaréis, pero hace unos 10-15 años, parecía que no eras nadie, profesionalmente hablando, si no tenías un blog. Por aquel entonces, yo escribía en un blog que luego se convertiría en libro, Diario de un futuro traductor, y estudiantes y profesionales de los idiomas abrían bitácoras prácticamente a diario. No sé si por la exposición generalizada a este tipo de espacios, en los que se podían tratar temas interesantes para el público generalista o también para audiencias más concretas.
Fue una tendencia que no terminé de entender muy bien: escribir un blog significaba guardar parte de tu agenda para buscar temas, escribir los artículos, darles publicidad… Al final, era una acción no productiva que tampoco generaba ningún tipo de conversión en clientela, sino en comentarios de amigos de la profesión, si acaso, acerca de los temas que tratabas, y también de cuentas en redes sociales que trataban los temas de los que se hablaban de una forma menos amable. Aun así, hemos sido muchos los que hemos seguido escribiendo en diarios como este de una forma totalmente vocacional, gratuita y también con ganas de ayudar y de ofrecer contenido de calidad.
Precisamente es en las redes sociales donde me gustaría centrar en este artículo. Si bien las redes sociales han revolucionado cómo las personas aprenden idiomas, ofreciendo oportunidades sin precedentes para acceder a contenido diverso, practicar habilidades lingüísticas y conectarse con comunidades globales, también han creado espacios donde los docentes de idiomas, especialmente los que trabajan/trabajamos en línea, se pueden promocionar. Sin embargo, también presentan algunas dificultades e inconvenientes que hay que tener en cuenta.
Sigue leyendo«Porque tú eres la estrella de mi corazón
Surcando el cielo de nuestro amor.»
(‘Dame estrellas o limones‘, de Family)
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El otro día, hablando sobre eventos increíbles que han ocurrido en la historia, llegué a la conclusión de que podríamos saber perfectamente si el hombre había llegado a la Luna si buscáramos las huellas, aunque sean invisibles a día de hoy. Algo así pasa cuando te duermes encima de mí, o cuando me abrazas muy fuerte y suspiras, o cuando me das un beso en la frente. Para el mundo, todo eso es invisible, aunque para mí signifique que sí, que has estado ahí. Al final, lo que queda es la huella que dejamos en el otro.
«Y hoy siento que está pasando
El día en que me doy cuenta
De que me apetece estar toda la vida
Contigo y quiero hasta gritarlo.»
(‘Tengo un pensamiento‘, de @amaia)
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Hubo una vez en la que tuvimos una conversación relacionada con el tiempo, de la imposibilidad de luchar contra él y de la de veces que nos ha abrumado el paso de este, de cómo hacía un solo segundo estábamos pasando nuestra primera noche juntos y de cómo también hemos encontrado nuestro hueco en este torrente tan grande, tan inmenso y tan gigante que es la vida que compartimos.
Nos hemos rendido: es imposible luchar contra el tiempo. Nuestra hora de dormir siempre serán las dos y no habrá capítulo ni película que se interponga antes. Nuestro tiempo es el que tenemos ahora y es con lo que nos tenemos que quedar, y disfrutarlo contigo es lo que más me llena.

Ser funcionario es una opción muy atractiva para la población española, y es un hecho contrastado con diferentes encuestas que se han llevado a cabo durante los últimos años. Hasta tres tercios de la población ve el funcionariado como una opción más que atractiva, y hasta cerca de un 25% de las personas que están en edad activa se ha preparado unas oposiciones en los últimos años.
Para los docentes, para formar parte del entramado público de profesores, el proceso se realiza, por lo menos, cada dos años, en el caso del Profesorado de Educación Secundaria, que es al que optaría yo; sin embargo, este año he sido funcionario interino a través de una vía que jamás había tenido en cuenta: las áreas de Empleo de los ayuntamientos.
Sigue leyendo«Y es que me hace volar
Como el águila que vuela en libertad.»
(‘No sé qué me das‘, de @fangoriaoficial)
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A veces me siento estúpido por querer según qué cosas, y otras veces me siento demasiado ingenuo para que pasen. ¿Cómo puedo pretender que nada hubiera ocurrido antes de que nuestros caminos se cruzaran? ¿O cómo puedo, incluso, pensar en que nada pasará si llegan algún día a separarse? La cuestión es que a veces, y solo a veces, me dan ganas de que experimentes las cosas de la vida por primera vez conmigo. Como si en esa confesión, en confianza, en la que me dijiste que conmigo serías tu yo más auténtico no fuera suficiente, siendo de lo más valioso que me has dado.
«Me sumerjo en el tópico para contaros
Que habrá que abrazarse a la vida.»
(‘Si muriera mañana‘, de @rigobertabandini)
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No es raro el escritor que se inspire en su muso o en su musa para tratar de sacar algún buen relato, un párrafo o un simple título a lo que se escribe. Precisamente, mucho de lo que escribo está inspirado en alguien tangible, concreto, con el que comparto caricias y también momentos. Y precisamente, y ahora te hablo a ti directamente, porque te dedico lo que escribo, todo esto me da rabia, miedo, rareza. Me abruma pensar que escribo demasiado sobre lo que me inspiras, o que me inspiras escribir o, simplemente, que me inspiras sentir. Precisamente me abruma también la idea de pensar en no sentir, en no escribir, en no inspirar. Seguramente, y quizás por esa misma razón, dejo llevar mis palabras tal como salen, porque son sinceras y reales, y como están aquí, les tengo que dar salida.

Nota: Esta entrada es un resumen de mi artículo «Quién es quién: Estudio de identificación y de valoración lingüístico-social de la tribu «bear»», que presenté en modo de póster científico en Maricorners, el Congreso Internacional de Estudios Interdisciplinares LGTBIQ+, celebrado en marzo de 2023. En esta entrada, además, añadiré mis motivaciones personales y profesionales para escribir este artículo.
Sigue leyendo«Cuando era niño, pensaba distinto
era distinto, la vida no me cuestionaba.»
(‘Cuando era niño‘, de Fato)
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En mi niñez, me imaginaba la luna como si fuera una gran bombilla que iluminaba el cielo por la noche, que era algo así como una lamparita que se enchufaba por la noche y se encendía para darnos la luz y la calidez que nos faltaba porque el sol estaba descansando. A mi madre le contaban también algo parecido, pero con la playa: sus padres, mis abuelos, le contaban que era imposible ir a la playa en ciertos momentos del año porque estaba vacía, ya que le habían quitado el tapón y no habría agua donde bañarse. Es curioso lo que hace la imaginación y la inocencia, pero también la confianza: te crees algo a pies juntillas simplemente porque te parece lógico, aunque lógico en esta vida haya poco.

Al estudiar Traducción y darme cuenta de que me interesaba más la docencia, aunque es una historia que ya he contado mil veces, también me di cuenta de que me interesaba muchísimo la investigación; de hecho, aunque fuera en ocasiones puntuales, he llevado a cabo algunos estudios más o menos relacionados con los idiomas, la docencia o la orientación profesional y académica. En muchas ocasiones, de hecho, siempre me dije a mí mismo que quería hacer el doctorado. Y ahora que nadie nos lee, debo admitir que he solicitado en alguna que otra ocasión el acceso a los Programas de Doctorado de la Universidad de Málaga.
El doctorado es considerado el culmen de la educación académica, un camino que no solo demanda años de estudio y esfuerzo, sino también una profunda dedicación y pasión por la investigación. Sin embargo, a pesar de que tiene ciertas ventajas y prestigio, hay varias razones por las que alguien podría decidir no embarcarse en esta ardua travesía. En este artículo, presentado en mi serie «Razones» (como las de trabajar como autónomo, con academias, opositar, pedir cartas de recomendación, dejar de ser profesor o estudiar el Máster de Profesorado), hablo de las razones por las cuales jamás me dedicaría al doctorado y una por la cual sí que me atrevería.
Sigue leyendo«Si te atreves, no me sueltes.»
(‘Prometo‘, de @pabloalboran)
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En mi experiencia como profesor, he corregido un sinfín de ejercicios; entre ellos, unos para unos exámenes oficiales, en los que hay que transformar una oración en otra utilizando una palabra clave. Básicamente, hay que decir lo mismo en una frase y en otra, pero con otras palabras y que tengan el mismo significado. Es curioso que, si lo pensamos de la manera más abstracta posible, de eso tratan las relaciones: de mantener un significado similar, aun con palabras diferentes o, simplemente, usando expresiones distintas. De que da igual si nos llamamos de una manera u otra si lo que sentimos es tangible. De que no importa si nos damos un beso o tres, sabiendo que tenemos más en la recámara. De que nos entendemos. Y con eso todo tiene que fluir.
«Te pienso y te miro.
Al ver cómo me miras, me he visto a mí mismo.»
(‘El destello‘, de @juanjobona / @martinurrrutia)
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Hoy me toca hablar de las cosas que sé que te dan coraje que haga, como inundar tu casa de humo cuando cocino (y hacer que suene la alarma), decir palabras «random» en inglés en mitad de una frase o encender la luz del techo cuando todavía no es el momento. Pero es que sé que, incluso hasta con mis defectillos tontos, con mis taras de fábrica y con aquellos vicios que estoy intentando cambiar para bien, me ves tal como soy. Hacer que seas transparente para la persona indicada es algo que no todo el mundo puede conseguir y no sabes lo afortunado que me siento.

El conocimiento de idiomas se ha convertido en un punto de obligado cumplimiento en nuestras vidas diarias; de hecho, es rara la oferta de trabajo que no requiera tener un nivel determinado de un idioma, especialmente el inglés, aunque también otras lenguas como el alemán, el francés o el italiano.
En el caso del inglés, que es el que vamos a tratar en este artículo, hay que tener en cuenta que se ha convertido en una lengua global que trasciende fronteras y culturas, influyendo en diversos aspectos de nuestro día a día. Desde la forma en que nos comunicamos hasta los productos que consumimos, la presencia del inglés es omnipresente y tiene un gran impacto en nuestra vida diaria.
Si bien nuestro idioma, el español, es una lengua rica, diversa y llena de matices, son cualidades precisamente que se deben, en gran medida, al contacto y la interacción que ha tenido a lo largo de los siglos con otras lenguas. Se estima que aproximadamente un 60% del vocabulario del español proviene del latín, mientras que el 40% restante viene de otros idiomas; de ellos, un gran porcentaje viene del inglés.
Sigue leyendo«Es el momento perfecto
Y el lugar correcto.»
(‘Esta noche‘, de @amaral.oficial)
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Cuando llega la noche, hay gente que se complica la vida. Muchos llega una hora inespecífica en la que se van al baño, se miran al espejo y, en una época llena de «influencers» que nos intentan meter a presión su rutina de noche, basada en cremas, ungüentos y sérums, marcan de forma religiosa cada paso, como si fuera una danza especial que tienen aprender. Yo, sin embargo, prefiero de lejos la nuestra, basada en episodios de una serie a medio terminar, cabezaditas en el sofá y cáscaras de pipas. También de caricias, besos y algún que otro desvelo por la preocupación de si he puesto el despertador. También de esa procesión a la cama, casi con vergüenza, admitiendo que es más tarde de lo que debería. Pero, sobre todo, de ese último roce antes de quedarnos profundamente dormidos, justo después de reírnos de los vídeos que te tengo preparados para antes de rendirnos ante el sueño.
«Y caminar cerca del mar
Amarradita siempre a tu cintura
Que esta locura de amarte no puede acabar.»
(‘Quiero ser‘, de @amaiamonterooficial)
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Aún recuerdo el diario que le dediqué a la primera persona de la que me «enamoré». En esa libreta escribía, prácticamente siempre antes de dormir, todo lo que me había hecho sentir, todo lo que quisiera que hubiera ocurrido o, simplemente, demostrar cómo me sentía. Precisamente algo parecido pasa con todos estos relatos, con todos estos momentos en los que me siento delante de la libreta en blanco y me desarmo, una vez más, para demostrarte lo que siento, sabiendo ahora que sí, que lo que siento es totalmente cierto, tangible, real. Por el beso más intenso, la caricia más profunda o el abrazo más «apretao». Por dormir cogidos de la mano, por hablar hasta tardísimo, por desayunar juntos.
«Y ahora quiero pedir perdón,
borrarte del todo, buscar valor, huir del pasado.»
(‘No pensar en ti‘, de @soleamorente)
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Hace un tiempo leí que hay personas que queman todos los puentes con la gente que les quiere porque prefieren ser islas perdidas en mitad de un océano grande y absurdamente aburrido. Prefieren sentirse aislados del mundo porque necesitan ajustar su narrativa de que nadie le quiere o, simplemente, por el hecho de que no quieren admitir que hay gente que se preocupa por ellos. Hoy me he acordado de ese texto y he dicho «pues sí que hay islas en este mundo».
«It will come a day
When we will find our way.»
(‘Tattoo‘, de @loreenofficial)
🔹🔹🔹
Siendo profesor, corregir exámenes es parte de mi trabajo. No me quejo; de hecho, es una de las tareas que más me gusta hacer. Ver cómo van mis alumnos, si han entendido los tiempos verbales que hemos visto en clase o si hacen bien las condicionales. Sin embargo, hay veces que al corregir, al escribir o, simplemente, al vivir hacemos tachones que nos manchan las manos de tinta, emborronando el texto y dejándolo sucio, y, en muchas ocasiones, ilegible. Algo parecido pasa con las personas: hay algunas que nos dejan una huella bonita en la piel y en el corazón, y otras un mal tatuaje.
«Watching all the people go about their lives,
and we decided their futures for them and ugly laughed.»
(‘just stand there‘, de @fredagainagainagainagainagain)
🔹🔹🔹
Los viajes en avión siempre me inspiran. ¿Qué historias tendrían que contarnos los pasajeros del viaje que compartimos? Me preguntó por qué habrá elegido la persona sentada en el 12C un destino tan raro como este en mitad del verano, o por qué estará tan triste la chica que se ha subido al aviso de «última llamada», o por qué los padres que han logrado sentarse juntos habrán decidido dejar correr por el pasillo a su hijo de tres años, con lo que está molestando a los azafatos. Son historias que me llaman la atención y me gustaría conocer más a fondo si tuviera el tiempo, la oportunidad o las ganas.
Me pregunto si, aunque sea de casualidad, alguien que me vea se pregunta lo mismo. «¿Por qué viajará un lunes a este destino?», «No lleva mucho equipaje, ¿por qué será?», «¿Quién será el chico que se ha sentado delante, sin compartir fila, pero con el que habla de una forma tan cómplice?».
«Me miras muy fijamente,
Vente conmigo a bailar.»
(‘Estoy bailando‘, de Las Hermanas Goggi)
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Me da pena que ya no baile tanto como antes. En las fiestas del colegio o las del barrio, siempre me encargaba de hacer algún tipo de coreografía para presentarla frente al público. No lo hacía por ego ni por narcisismo, sino por necesidad. Bailando me sentía pleno. Sentía que ningún comentario ni mirada me podía hacer daño. Supongo que ahora, que me siento más libre, no tengo tanto que bailar. Sin embargo, echo de menos pensar en la alegría que me daba descubrir qué paso de baile le venía bien a la canción que había escogido. Era como si estuviera en un proceso de creación constante del que no quisiera salir porque ahí estaba siendo la mejor versión de mí mismo.
«Te juro que a nadie le he vuelto a decir
Que tenemos el récord del mundo en querernos.»
(‘Rosas‘, de @laorejadevangogh)
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Había una amiga en la escuela con la que congenié muchísimo. Nos dedicábamos canciones de La Oreja de Van Gogh y no nos parecía cursi. Hubo un momento en el que dejamos de hablarnos. Aunque yo tenía otros amigos en clase, debo decir que sufrí mucho con la distancia entre nosotros. Otra amiga, casi sin quererlo, nos volvió a juntar. La primera conversación fue tan incomoda como necesaria, pero dejamos que la nostalgia y la lógica se hicieran hueco en la reunión, y acabamos abrazándonos. A veces recuerdo los motivos de nuestro distanciamiento: me da la sensación de que estábamos proyectando en el otro la frustración que nos daba no poder ser nosotros mismos. También me da la sensación de que, al fin y al cabo, éramos solamente dos niños descubriendo quienes querían ser, y que en ese terreno todo vale, todo se perdona y todo se quiere. Hoy sigo teniendo a esa amiga en mi vida. Ahora, que sabemos quiénes somos, sabemos dónde estamos el uno para el otro.
«I guess the apple don’t fall far from the tree
‘Cause I’ve been looking at you so long, now I only see me»
(‘Apple‘, de @charli_xcx)
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Sé que no soy el primero que se ha preguntado cómo cojones hemos llegado hasta aquí. No entiendo la vida, me atropella y me angustia, pero a la vez admiro su maravillosa existencia. Mi hermana y yo nos quedábamos mirando las estrellas cuando íbamos al pueblo. Era raro el momento en el que no nos preguntábamos, casi siempre en voz alta, «¿por qué los humanos?».
Y es que hay conceptos tan profundos que se me escapan a la lógica, pero también a la fe. A lo mejor es que no tenemos que perder el tiempo pensando en cómo hemos llegado aquí. A lo mejor es que tenemos que dejar de pensar en cómo vuelan los aviones o por qué no funciona la política, y pensar en lo bueno de esta vida. En ese abrazo, en esos besos en la frente antes de dormir, en el contacto en la cama, en el ratito en el sofá mirando la tele antes de admitir que estás demasiado cansado para enterarte de lo que (supuestamente) estás viendo. En los «te quiero» inesperados, en un ramo de flores o en un rato jugando a la consola. A lo mejor, solo a lo mejor, dejaremos de preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí.

Es un hecho que estamos viviendo en una época de transformación en todos los ámbitos, especialmente en el digital. La tecnología ha revolucionado nuestras vidas en diferentes aspectos y, entre estas aristas, nos encontramos de frente con la educación. En este blog, ya hemos tratado diferentes maneras de tratar la enseñanza en línea y también la formación online desde distintos puntos de vista; sin embargo, está claro que el hecho de que vivamos prácticamente forzados a utilizar la tecnología nos ha abierto, tanto a estudiantes como a docentes, nuevas posibilidades para mejorar la experiencia de aprendizaje.
En este artículo me gustaría explorar las diferentes maneras en las cuales la tecnología ha convertido la enseñanza, además de diferentes aspectos que me gustaría tratar en profundidad acerca de mi papel como docente.
Sigue leyendo«You make me wanna make you fall in love
Oh, late at night, I’m thinking ‘bout you, ah, ah, ah.»
(‘Juno‘, de @sabrinacarpenter)
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Hace más tiempo que te pienso que no te pienso, y que vivas en mi mente de forma permanente me hace darme cuenta de la poca huella que han dejado los que la han visitado antes que tú. Es curioso que un «no me quiero ir de aquí sin tener tu número» haya acabado así. Cogidos de la mano, teniendo una visión más allá de la que nos dejan ver los ojos.

Me resulta increíble que haga nueve años que iniciara esta andadura bloguera. Con Coordenadas, intenté seguir un poco la estela y el vacío que me había dejado terminar de escribir Diario de un futuro traductor, un blog al que le dediqué horas de mi tiempo como estudiante y también como profesional, cuando publiqué el libro homónimo. Este año, que he cumplido nueve años como bloguero profesional, me he propuesto ciertos cambios a la hora de compartir mi experiencia por aquí.
Este verano, que he dedicado a terminar de publicar y compartir Conexiones, mi primera novela, y que también he tenido un poco más de tiempo, debido a mi experiencia como funcionario interino, he reflexionado acerca de mi presente y mi futuro como docente. ¿Cómo quiero llevar mi carrera? ¿Hacia dónde me dirijo? ¿Tiene fecha de caducidad?
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No hubo necesidad de palabras vacías en nuestra conversación: había suficientes como para rellenar los silencios incómodos que esperaba que hubiera; sin embargo, Alonso tomó la iniciativa y comenzó a hablar. Mientras lo hacía, sentía como una mezcla de resignación y de tristeza se apoderaba de mí. No había apenas necesidad de que hubiera un diálogo, ni tampoco había espacio para negociar. Escuché. Acepté lo que tenía que decirme, con una calma prácticamente obligada, y como si mi mente ya hubiera hecho las paces con lo que estaba escuchando mucho antes de que sucediera.
—Te entiendo perfectamente —dije, con la voz a punto de quebrarse, lo suficiente como para que Alonso lo notara, pero no tanto como para que se detuviera—. Solo quiero que sepas que te quiero, ¿vale?
La llamada terminó con un silencio que se extendió por varios segundos antes de que ambos colgáramos. Me quedé con el teléfono en la mano, observando la pantalla apagarse lentamente hasta que se sumió en la oscuridad. Derramé una sola lágrima y, luego, respiré hondo y dejé que la realidad se asentara en mi mente, como si cada palabra dicha en esa conversación hubiera sido un ladrillo más en una muralla que, en vez de aislarme, me protegía de lo que estaba sintiendo.
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Desperté por la mañana. Apenas había dormido, pero mi madre ya se había levantado y estaba haciendo ruido con la cafetera. La atmósfera en la casa era diferente: me transmitía, en cierto modo, una sensación de tranquilidad y reparación. Me levanté y me dirigí hacia la cocina, como había hecho tantas veces en mi vida cuando olía el café recién hecho.
Cuando la vi, me sorprendí. Había algo en ella que también me daba la sensación de cambio. Estaba relajada, no exhumaba ningún tipo de ansiedad ni de malas energías, sino al contrario. Mostraba una paz interior que no recordaba haber visto en ella jamás.
—Hombre, si tenemos aquí al hijo pródigo —me dijo, sonriendo de oreja a oreja—. ¡Feliz cumpleaños!
—Muchas gracias, mamá —le respondí, yendo directo a abrazarla—. Te he echado de menos.
En ese abrazo, sentí el refugio que necesitaba en ese momento. Era como si, por un momento, todo lo que nos había separado hubiera desaparecido de un bandazo. Después de tanto tiempo, estar cerca de ella me recordó lo importante que era tener a alguien que me entendiera sin necesidad de palabras.
Nos llevamos el café al salón, y poco a poco, la conversación comenzó a volverse más profunda. Sentía la necesidad de contarle todo lo que me había pasado con Alonso, y también explicarle cómo había ido todo en Madrid desde que no hablábamos tan seguido, pero sentía la imperiosa necesidad de saber qué había pasado entre nosotros. De algún modo, esa tranquilidad que se respiraba en un hogar que solía rezumar tensión me dio el valor para preguntarle.
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Había pasado un año desde la muerte de mi padre y, aunque parecía no importarme al principio, acabó afectándome más de la cuenta. Me sentía fatal por no haberme despedido de mi padre, aunque fuera más por una convención social que por convicción. Volví a ir de manera regular al psicólogo, y fue un tema recurrente en mis sesiones de terapia.
Con Alonso, por otra parte, intenté no cometer los mismos errores que había pasado por alto con Mario y con Lorenzo. Estaba tomándome mi tiempo para disfrutar el noviazgo, el cortejo y la sorpresa. Pero tenía ganas de pasar al siguiente escalón, y Alonso también. Al fin y al cabo, también llevaba con él un año.
Cansados de estar en la casa del uno y del otro, finalmente decidimos mudarnos juntos. Habíamos llegado al punto en el que nuestras casas eran más una formalidad que una realidad práctica. Así que, ya con la decisión tomada, decidimos que la mejor idea era buscar un nuevo hogar en Madrid, uno que nos permitiera vivir juntos sin tener que dividir nuestras vidas en espacios diferentes.
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Ese lunes tenía pocas cosas que hacer, pero me desperté muy temprano, casi por impulso. El lunes después del fin de semana con Alonso me supo a una broma de mal gusto, pero, a la vez, estaba muy emocionado después de haber pasado esos dos días con él. Aún sentía las mariposas en el estómago, el calor de su abrazo y el placer que me dio tener sexo con él. Todo me parecía tan tierno como interesante. Quería saber más de él, quería estar más con él. Sin embargo, hubo algo que llamó mi atención y me produjo malestar.
Las llamadas de Maca, que el día anterior me habían parecido una nimiedad, empezaron a pesarme como si tuviera un gran yunque alrededor del cuello. Decidí no llamarle, ya que era demasiado temprano, así que abrí el WhatsApp. Vi una ristra de mensajes que no supe encajar. «Papá está en el hospital, llámame cuando veas esto». «Me he cogido un tren, llámame, porfa». «Pinta fatal, Martín. ¿Vas a volver para despedirte?». «Martín, sigo en el hospital. ¿Vas a venir o te quedas en Madrid?». «¿Dónde cojones te metes, Martín? Te he llamado como 20 veces, tío». «Martín, papá ha muerto».
Leí la conversación una vez. No podía ser verdad. Volví a leer los mensajes, como si estuviera buscando alguno que dijera que todo era una broma pesada. No podía procesar lo que veía en la pantalla. Mi padre, con quien había tenido una relación tan complicada y distante, ya no estaba. Me abrumó la sensación de culpa. Había estado tan ausente en mi burbuja de fantasía que no había hecho caso a la realidad.
Decidí llamar a Maca de inmediato. El tono de llamada me pareció eterno, pero respondió la llamada. Parecía estar llorando.
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Aunque siempre había dicho que las grandes ciudades no estaban hechas para mí, debo admitir que Madrid me abrazó de una forma cariñosa y dulce, casi como si me estuviera cuidando. La ciudad me parecía ofrecer un sentido de oportunidad renovada. A tan solo cinco días de llegar, ya tuve mi primera entrevista de trabajo y, una vez superadas las fases del proceso, a las dos semanas empecé a trabajar como recepcionista en una academia de cursos de español, un puesto parecido al que tenía en Sevilla.
Volver a trabajar pareció calmar mi ansiedad, pero la verdad es que el cambio fue emocionante. El ambiente era acogedor y tener una rutina me ofrecía orden después de haber tenido una época tan caótica. Además, después de unos meses, decidí mudarme de la casa de mi hermana Maca para estar más cerca del centro de la ciudad, quitándome así lo que más pereza me daba del mundo, que era coger el transporte público.
Un par de semanas después de mudarme, y ya con la rutina un poco más hecha a la capital, me contactó Juan, el editor que llevó todo el tema de mi libro. Me propuso que, ya que estaba viviendo en Madrid, podríamos organizar algún tipo de evento para presentar el libro en alguna de las librerías con las que tenían acuerdo. «Podemos aprovechar el Día del Libro, que siempre se venden muchos ejemplares», me convenció Juan.
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Los meses que pasé en mi casa fueron todo menos cómodos. Al no tener trabajo, decidí centrarme en mi recuperación, pero fue muy complicado porque la tensión con mi padre era muy palpable. Apenas hablábamos, pero la mera presencia de uno parecía cabrear al otro, y era algo que tenía que explotar en algún momento. Decidí volver a escribir en mi diario, ese que empecé cuando me dejó Lorenzo, para intentar liberar y descargar mis emociones. Mientras mi vida trataba de reorganizarse a mi alrededor, el papel se convirtió en algo casi terapéutico.
Precisamente un día en el que estaba escribiendo en la pequeña libreta, manida por el tiempo que llevaba usándola de confidente, recibí una llamada totalmente inesperada de una editorial que estaba interesada en publicarme. Digo «inesperada» no porque no supiera quiénes eran —al fin y al cabo, les había mandado el manuscrito de «Horizontes»—, sino porque jamás esperaba que me pasara algo así.
La emoción de después de la llamada y recibir en el correo electrónico un documento titulado «Contrato de edición» se vio opacado, de repente, por la ansiedad de enfrentarme a mi pasado y la tensión actual de mi vida familiar. Firmé los documentos uno tras otro, casi sin pensarlo, con mucha incertidumbre, pero con muchísima esperanza. Estaba seguro de que publicar mi obra me ayudaría a mi recuperación.
Para cuando se publicó «Horizontes», casi seis meses después, ya estaba todo muchísimo mejor. Mi relación con mi padre seguía estancada, como si fuera un estanque lleno de agua sucia que ya empieza a oler mal, pero no me importaba: el psicólogo me había dado el alta (ya solo iba una vez cada tres semanas), había vuelto a buscar trabajo y estaba intentando conocer a gente para ver qué pasaba, aunque admití desde un primer momento que no era mi prioridad y que no estaba en mi mejor momento para hacerlo.
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Dicen que los sueños con ansiolíticos son increíbles. No por lo buenos que son, sino por lo raros que resultan. Correr delante de un tornado, pasear 40 perros a la vez o nadar en una pecera con pirañas. Por eso me dio tanta rabia no recordar qué había soñado mientras me había tomado casi un blíster entero. ¿Es que las sobredosis hacían que no se active el aspecto onírico de las drogas? ¿O es que estuve tan entre la línea de la vida y la muerte que mi cuerpo decidió guardarse las energías y no soñar?
Cuando desperté, estaba en una habitación fría, sin gente. Solo escuchaba, muy confundido, cómo las personas que deambulaban por el hospital pasaban por delante de la puerta. Tardé bastante en darme cuenta de dónde estaba, pero sí que recordaba haberme tomado todos esos ansiolíticos. Las luces blancas y frías me cegaban los ojos, y el zumbido constante de las máquinas a mi alrededor me resultó insoportable.
Todo se sentía borroso, como si estuviera de resaca, como si todo estuviera cubierto por una neblina espesa. Escuché voces a mi alrededor, pero solo identifiqué una.
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Me daba miedo de cómo había pasado el tiempo desde que Lorenzo se había ido y lo lento que pasaba el tiempo en clase de repente. Las horas hasta que llegaran las 21:00 se me hicieron eternas. Estuve escribiendo toda la tarde, pero me daban ganas de escribirme un guion en la cabeza para la discusión que sabía que iba a tener con Lorenzo. Tenía ganas de decirle de todo, de mandarlo a tomar por culo por haberme dejado tirado, quizás de darle un beso y por último preguntarle cómo había pasado estos nueve meses.
El profesor me notó distante y distraído, así que me dijo que prestara atención al ejercicio que estaba proponiendo: escribir como si fuéramos otra persona. «Joder, qué oportuno», pensé. Pensé en escribir cómo a Lorenzo se le había ocurrido la gilipollez de escribirme ese mensaje y su razonamiento detrás de mi abandono.
Empecé a escribir el relato. Lo titulé «Amores extraños», como la canción de Laura Pausini, no porque tuviera algo que ver con la letra, sino porque me pareció una descripción ideal de nuestra situación: habíamos vivido un amor intenso, luego yo quería bajar la intensidad y la vida me dio un frenazo de repente. ¿Había algo más extraño que eso?
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Sentirse abandonado era una puta mierda. Lorenzo me había dejado de la peor forma: sin derecho a réplica, sin saber muy bien qué había pasado, sin querer conocer realmente las razones que hicieron que abandonara el barco de una forma tan apresurada y tan mezquina. Si bien lo seguía queriendo, también me sentía muy estúpido haciéndolo. ¿De verdad me valía la pena?
Dejé el piso donde vivía Lorenzo y que compartimos durante seis meses. No podía pagarlo yo solo, así que volví a contactar con mi antiguo casero, que, por suerte, seguía teniendo mi piso de soltero disponible. «He estado reformándolo, aprovechando que te fuiste», me dijo.
El piso se sentía diferente, a pesar de que era mi piso. Era la casa donde me había sentido yo por primera vez y, sin embargo, algo había cambiado. Quizás la casa era una referencia a mi persona, a cómo yo también había cambiado con el tiempo. Al sacar mis cosas de la maleta, volviendo al que fue mi hogar, sentí una extraña mezcla de nostalgia y liberación. Cada rincón me recordaba, a la vez, momentos de descubrimiento personal, de pequeños triunfos y de todo lo que me había definido como persona antes de conocer a Lorenzo.
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Lo que me estaba pasando con Lorenzo estaba siendo como un viaje en montaña rusa: iba todo tan deprisa que no sabes muy bien qué está pasando. Como las cosas iban bien entre nosotros, y más desde nuestras últimas conversaciones, decidimos pasar a diferentes niveles. Me mudé a su casa, aprovechando que éramos prácticamente vecinos y que queríamos pasar más tiempo juntos, a pesar de que muchos amigos míos no estaban muy de acuerdo con esa idea.
—¿Tú estás seguro de que quieres mudarte con él, Martín? Que apenas lleváis seis meses —me dijo Carla, una compañera de trabajo, mientras tomábamos café en la academia—. Yo lo veo un poco apresurado.
—Lorenzo y yo estamos de maravilla, y creo que es precisamente lo que necesitamos para estar incluso mejor —le contesté, convencido de la idea—.
A partir de la mudanza, que me costó horrores porque no quería, en realidad, renunciar a mi pequeño piso en el corazón de Triana, los planes fueron subiendo cada vez más de intensidad. Ya Lorenzo no solo quería vivir conmigo, sino que se veía a él mismo compartiendo el resto de su vida a mi lado. Que lo exteriorizara me hacía sentir querido, valorado y, sobre todo, ilusionado pero, a la vez, me daba miedo que fuera otro chasco. Si no le parecía bien que escribiera, que era una de mis pasiones, ¿cómo íbamos a continuar con nuestra vida juntos? ¿Cómo íbamos a encajar las piezas?
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La relación con Lorenzo estaba siendo un autodescubrimiento en toda regla. A través de él, aprendí a ser más abierto y honesto conmigo mismo. Me di cuenta de que estaba dejándome llevar por la situación. A diferencia de cuando estaba con Mario, que necesitaba dejarlo todo claro desde un principio, con esta relación me di cuenta de que no necesitaba apresurarme ni forzar nada. Podía disfrutar de lo que estábamos teniendo, y no de lo que podíamos llegar a tener.
Conforme pasaban los meses, Lorenzo y yo nos acercábamos más. Si bien existían muchas diferencias, muchas basadas en la diferencia de edad y de niveles de experiencia frente a la vida, nos enriquecíamos el uno al otro y crecíamos a muchos niveles. Lorenzo se convirtió en el apoyo y confidente que necesitaba, alguien en quien podía confiar plenamente.
El tiempo pasaba como si fuera una nube, y llegó el verano. Sevilla se llenó de turistas de vacaciones, y tanto Lorenzo como yo teníamos mucho trabajo: yo, con mis estudiantes de español, que aprovechaban la época estival para aprender la lengua de Cervantes; Lorenzo, por otro lado, tenía muchísimo trabajo en el restaurante, y más aún debido a que tuvo diferentes bajas por distintos motivos.
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Siempre menciono que terminar la carrera fue, para mí, un punto de inflexión; sinceramente, creía que el hecho de que me centrara demasiado en Mario y muy poco en los estudios en segundo y tercero de carrera haría que me desencantara de los estudios. Pero no fue el caso. Al dejar mi relación, decidí reunir todas mis energías y utilizarlas en cosas que me beneficiaran.
El verano después de la graduación fue muy interesante. Tenía una idea muy fija, y era la de seguir disfrutando. En mi momento más hedonista, mis placeres estaban centrados en el cuerpo casi de manera exclusiva: salir a comer, salir a beber, salir a conocer a gente… y sí, seguía muy centrado en seguir saliendo a disfrutar de mi sexualidad.
Había momentos en los que me daba miedo el placer, no sé si por la moral judeo-cristiana que todo el mundo tiene programada en la cabeza o porque realmente siempre me había dado miedo que me pasara algo, ya no solo durante el acto, sino que hubiera algún tipo de problema o enfermedad derivada de algo que me hacía disfrutar tanto. Era muy cuidadoso, pero oye, nunca se sabe qué podía pasar.
Al final del verano, me propusieron un trabajo como gestor de estudiantes extranjeros en una academia de español en Sevilla. El puesto estaba bastante bien, solo trabajaba de mañana y cobraba un sueldo bastante decente. Además, mi relación con mi padre estaba llegando a un momento muy complicado, por lo que decidí poner tierra de por medio.
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Dejar a Mario fue de lo mejor que podía hacer. Era algo que me repetía a menudo, aunque pocas veces me lo creía. Estar sin él me resultó durísimo al principio; sin embargo, al sentirme también, en parte, liberado, tenía una dualidad de sentimientos que era difícil de definir.
La ausencia de Mario en mi vida se sentía como un vacío insuperable, un mazazo constante que amenazaba con destruir todo lo demás. Las noches eran las peores. A veces, intentaba recordar su cara, como si se tratara de algún tipo de trabalenguas de la infancia del que recordaba solo algunas palabras sueltas; otros, sin embargo, solo echaba de menos tenerlo al lado. Conforme iba llegando el verano, y el calor iba aumentando, el dolor se fue reduciendo y dio paso a una sensación de alivio, claridad y desapego.
Empecé a redescubrirme a mí mismo, a reconectar con las cosas que había dejado de lado por mi relación con Mario. Retomé mis estudios con más pasión, dedicando horas a la biblioteca para las recuperaciones de septiembre y profundizando en temas que me fascinaban. Sentí cómo mi mente se abría de nuevo, libre de las preocupaciones constantes que me había impuesto en mi relación con Mario.
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Todos los eneros siempre me proponía lo mismo: ponerme a dieta, ser un poco menos perezoso y escribir algo lo suficientemente bueno como para presentarme a concursos literarios. Era una especie de ritual que repetía con la esperanza de empezar el año con el pie derecho, de encontrar un sentido de propósito y renovación. Sin embargo, como siempre, mi inspiración romántica me llevaba por unos derroteros que no me gustaban. Lo que escribía cuando estaba con Mario no me gustaba, ya que no me parecía que tuviera la suficiente calidad.
Sentía que mis palabras, escritas en una prosa torpe y recargada, carecían de la profundidad y autenticidad que buscaba. Escribir con Mario en mi vida era como intentar guardar el cambio de marea en una botella. Las emociones eran tan intensas y caóticas que era difícil de plasmarlas en palabras de una forma coherente y hermosa. En cambio, cuando me había inspirado en otras personas de mi pasado, en historias ajenas o, simplemente, cuando estaba triste, las palabras fluían de una manera diferente, de una manera un poco más sincera y real.
Una tarde de enero, mientras hacía como que estudiaba, me senté frente al escritorio con la pantalla de Word en blanco. Había estado reflexionando mucho sobre mi relación con Mario, y viendo cómo había cambiado todo desde que tuvimos esa conversación; sin embargo, no había ido todo como esperaba. Mario me resultaba una sombra de lo que era. Ya no era como antes: dejó de ser tan atento, estaba como cohibido y también empezó a descuidarme en otros aspectos. Hacía tiempo que notaba cómo ya no me deseaba, que no quería que me metiera en su cama más allá que para calentársela en invierno.
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El viaje de vuelta a casa se me hizo largo e incómodo. Mientras más me acercaba a casa, más pensaba en las posibles conversaciones que podía tener con Mario, pero todas giraban en torno a la inevitable confrontación que nos esperaba. No tenía ganas de discutir con él, pero tampoco quería dejarme dentro todo lo que tenía que decirle. La mezcla de ansiedad y de anticipación me mantenía nervioso, incapaz de encontrarle sentido alguno a todo lo que estaba pasando.
Llegué a mi casa, me duché, dejé toda la ropa lista para lavar y me arreglé para visitar a Mario. Posiblemente, sería la última vez que nos viéramos, sabiendo cómo iba a ser nuestra conversación o viendo cómo había sido la última conversación que habíamos tenido.
Pegué en el timbre, y ni siquiera me esperó en la puerta. Abrió y se fue lentamente hacia el salón. La casa ya no me ofrecía la calidez que solía tener. Mario se sentó en una esquina del sofá, y esperaba que me sentara en el lado que quedaba libre. Tenía mal aspecto, como si no hubiera dormido en días o hubiera estado llorando; quizás, incluso, las dos opciones eran correctas.
—La he cagado, ¿no? —Mario rompió el silencio.
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Desde el episodio en Granada, las cosas se torcieron un poco entre Mario y yo, aunque él no fuera consciente. Ya no confiaba tanto en él. Me daba miedo cada vez que salía con sus amigos y, de hecho, sufrí bastantes noches en las que no pude pegar ojo, pensando en qué estaría haciendo. Hasta el fin de semana del cumpleaños de su mejor amigo.
José vivía en el pueblo, pero jamás bajaba a la ciudad. Era la típica persona que quería tenerlo todo bien controlado, y en la pequeña casa de campo que había heredado de sus abuelos estaba a gusto. No tenía vecinos, así que podía montar las fiestas que deseara, y había gestionado correctamente las tierras como para tener su propio huerto.
Invitó a Mario, además de a otros amigos, a pasar el fin de semana por allí. «Un poquito de tecno, unos colacaos y p’alante», le dijo a Mario, entre risas, mientras se liaba un porro. Mario extendió su invitación hacia mí, pero la decliné precisamente porque tenía muchos exámenes ese fin de semana. Sinceramente, noté cómo Mario respiraba tranquilo: no quería hacérmelo pasar mal, pero tampoco él se quería privar de nada.
Me prometió que estaría atento al teléfono para preguntarme cómo iba con los exámenes pero, una vez allí, dejó de hablarme. Sabía que había poca cobertura, pero a mí me dio por ser tremendista y pensar en lo peor: que estaba con otra persona, que fuera un poco menos estricto o pesado que yo; que se había tomado una pastilla más de la cuenta; que la mezcla de alcohol y drogas le había afectado…
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Necesitaba respuestas, así que hice las preguntas que hacía falta hacer: qué somos, dónde queremos ir, qué vamos a hacer. Y todas tuvieron la correspondiente contestación: Mario y yo éramos novios oficialmente, y al final estábamos los dos apostando por el otro sin tener un destino realmente fijo más allá del seguir conociéndonos, disfrutar el uno del otro, hacernos compañía… Y querernos, claro está. Era algo que se daba prácticamente por hecho.
En ese momento, con tan solo diecinueve años, no estaba totalmente cómodo conmigo mismo, no solo a nivel personal, sino también en cuanto a mi orientación sexual. Aún me quedaban algunos escalones antes de la liberación total que conseguiría unos años después, por lo que había gente a la que ocultaba mi homosexualidad; entre ellas, a mi padre, con el que no tenía muy buena relación entonces y que jamás mejoraría. Aun así, en ese momento, sentía que le debía un cierto respeto… y decidí esconderme una vez más.
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Las cosas con Mario iban de maravilla. Tenía la sensación de estar viviendo algo increíble con este chico. Supongo que, en parte, era porque nunca había tenido ninguna relación formal y, aunque esta tampoco lo era (todavía no nos habíamos pedido salir), las cosas iban rodando. Dormíamos juntos, desayunábamos juntos e, incluso, soñábamos qué queríamos sacar de todo esto. Pero estaba claro que había una mano fantasma que sujetaba el freno de mano y que nos impedía acelerar, que era la relación de la cual acababa de salir Mario.
Es verdad que yo no tenía ninguna intención de que las cosas fueran más deprisa, pero sí necesitaba saber que no estaba perdiendo el tiempo. Me sentía con esa presión en el pecho que solo sienten aquellos que saben que tienen algo que perder, como si de un concurso se tratara y no las tuviera todas conmigo a la hora de responder la pregunta del bote final. Sin embargo, y como decía, yo sentía también que las cosas nos iban bien así.
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Hace ya bastante que digo una frase para resumir la vida, y si bien ha cambiado algo en su estructura, podría decir que es una suma de encuentros, desencuentros y reencuentros
Todavía no me había encontrado con Mario, mi primer novio, cuando se me ocurrió. Siempre me ha gustado escribir, aunque jamás pensé que me ganaría la vida así. ¡Y qué alegría me dieron cuando recibí la propuesta de publicar mi manuscrito!
Pero todavía no hemos llegado. Tenemos que volver diez años atrás en el tiempo, justo cuando iba a empezar segundo de Periodismo y mi coche, un Citroën Saxo del 97, decidió dejarme tirado a 1 km de la universidad. Iba a hacer una recuperación de una asignatura que se me había atragantado en el primer cuatrimestre, pero es que había prestado muy poca atención al profesor y demasiada a explorar la vida universitaria: un poco de alcohol, sexo de vez en cuando y nada de rock and roll, que lo que se pinchaba en los bares era reggaetón.
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No me podía creer que estuviera haciendo la maleta de madrugada, con lo mucho que lo odiaba. Había dejado un par de lavadoras que esperaba que se secaran a tiempo —no lo hicieron—, así que tuve que improvisar sobre la marcha y meter, a regañadientes, unas cuantas camisetas que no sabía si me quedarían bien, porque hacía mucho tiempo que no me las ponía. «Pero mira que son feas», decía, mientras las tiraba a mala manera.
Sabía perfectamente que mi enfado no iba precisamente por la ropa mojada. Ni de coña. Sabía perfectamente que mi enfado tenía nombres y apellidos: Martín Beltrán Lara. Los míos, vaya. Y es que me estaba empezando a caer muy, pero que muy mal.
«Brindo, por todas las malas y las buenas que queden por venirnos.»
(‘Hermosa casualidad‘, de @sensenra)
🔹🔹🔹
Hay una palabra que hace años que me acompaña: «grande». Me hace tanta compañía que no solo la pienso, sino que también la vivo. Es todo tan grande en mi vida que decidí tatuarme que nací para algo grande. Y lo más curioso de todo es que con lo de grande, por primera vez en mucho tiempo, no me refiero al tamaño, sino a lo que me hace sentir. Gracias por hacerme sentir grande.

Antes de nada, debo ser totalmente sincero y debo decir que escribo este artículo prácticamente de seguido, sin ningún tipo de guion, como suelo hacer cuando me pongo delante de la pantalla a compartir mis experiencias en mi diario de a bordo; sin embargo, precisamente porque esta vez cuento cosas un poquito más personales, aunque tengan que ver con el trabajo, me gusta escribir un poco lo que me sale de primeras. Supongo que es porque siento que es lo que me apetece contar, lo que considero más grande o importante y así filtro un poco. O quizás, simplemente quizás, porque si me pongo a escribir el guion posiblemente me dé cuenta de que este artículo no tiene mucho más objetivo que despedirme hasta septiembre.
Sigue leyendo«Siempre dice la mamá que to’ pasa por algo,
y cuando nos conocimos supe que eso es verdad.»
(‘MI TEAM!‘, de @oddliquor)
🔹🔹🔹
Estudiar idiomas me ha hecho darme cuenta, en diferentes ocasiones, de que lo que decimos tiene mucho que ver con quiénes somos en realidad, de qué manera estamos construidos y cómo nos comunicamos con el resto de las personas que nos rodean. Por eso, cuando noto que se te escapa un verbo en plural, incluso de manera tímida, sé que estás pensando en mí, en ti, en nosotros. En un número, el plural, que no existiría si no fuera, precisamente, por la combinación de nuestros singulares.
«Aquí no existe el pecado
Y equivocarse es bonito
Los errores son placeres
Igual que to’ tus besitos.»
(‘Ojitos lindos‘, de @badbunnypr)
🔹🔹🔹
Nunca he sido bueno dibujando, pero apuesto a que podría reproducir tu figura en papel si me lo propusiera. Tengo en la mente cada línea que forma tu contorno, dónde están los recovecos difíciles de plasmar con la tinta y por qué habría que colorearte los ojos de un tono específico de azul. Y es que, si bien no soy bueno dibujando y creo que, en realidad, no me atrevería jamás a volver a jugar a ser artista, sí que me gustaría recorrer cada noche tu cuerpo con mis manos, mientras empiezas a dormirte y decides que estás en un lugar seguro.
«Solo creo en Dios cuando te miro a la cara,
solo creo en el cosmos cuando me arañas la espalda,
solo creo en milagros cuando me besas en los labios,
solo creo en fantasmas cuando te vas de la cama.»
(‘El milagro‘, de @chicasobresalto)
🔹🔹🔹
Más de una vez he escrito acerca del tiempo, y también acerca de cómo vuela cuando quiere. El tiempo es caprichoso, como lo somos nosotros cuando nos apetece. Fíjate, que hasta para ser caprichosos tenemos nuestros momentos. Pero el capricho de derretirme ante tus palabras todavía no lo supero, y menos cuando, abrazados en la cama, a punto de quedarte dormido, me dices lo mucho que querías verme.

Muchos conocéis la historia de los docentes que no trabajan en un puesto fijo o que son contratados para la «temporada»: pasan un verano a duras penas para que llegue septiembre con buenos cursos, muchos alumnos y, lo más importante (aunque hace años dijera que no), un sueldo «apañao». Pues eso esperaba yo que me pasara el pasado septiembre. Después de tocar en muchas puertas, lo peor se hizo realidad: a final de mes todavía no tenía nada atado. Coincidía también que se me acababa la prestación por desempleo, así que tuve que tomar una medida radical: postularme como autónomo.
Ya había sido autónomo con anterioridad; de hecho, lo había hecho, incluso, compatibilizando mi trabajo como freelance como por cuenta ajena. Sin embargo, debo decir que mi prioridad no pasaba por volver a trabajar como profesional independiente, sino trabajar en alguna empresa de forma interna. La verdad es que el verano lo pasé bastante mal. Sin cursos, sin apenas paro (por una negligencia que ya contaré en otro momento, pero que tiene que ver con unos negocios que no me gustan) y con una autoestima por los suelos. Es lo que tiene basar tu valía en el trabajo, supongo.
Es verdad que había habido alguna promesa a medias durante los meses estivales, y que las veía con optimismo (porque tampoco me quedaba otra), pero se quedó en nada. Los motivos son variados, pero, al ser cosa del pasado, tampoco me compensa mucho pararme en esto. La cuestión es que vi un filón en volver a ser autónomo, ya que muchos cursos que pedían ciertas consultoras de formación requerían que fueras freelance… así que me tiré a la piscina.
Sigue leyendo«Cuánta más gente aparece, más quiero tenerte cerca.
Si un día se me olvida, recuérdame quién nos abrió su puerta.»
(‘Sigo aquí‘, de @bea.ot2023)
🔹🔹🔹
El otro día pensé que lo único que nos diferencia del mundo es que tenemos sentimientos. Para ellos, no hay un manual de instrucciones en el que se establezca los posibles errores que puedan suceder. Lo malo de no tener manual es que nos puede dar miedo no saber cómo se nos soluciona la vida… pero es que no somos una lavadora que pierde agua al centrifugar, ni tampoco una nevera a la que se le apaga la luz, o un horno que ha dejado de calentar. Somos personas que tienen sentimientos y que los tienen que mostrar al mundo.
«Te regalo un otoño,
Un día entre abril y junio,
Un rayo de ilusiones,
Un corazón al desnudo.»
(‘Bachata rosa‘, de @juanluisguerra)
🔹🔹🔹
No sé dónde leí que lo importante de vivir es empezar a hacerlo, y cuanto antes mejor: poder disfrutar de la risa, no reprimir las lágrimas, abrazar cuando apetezca y besar cuando corresponda. Y las ganas que me dan de empezar a vivir contigo mil veces…
«A veces, mar en calma,
y otras veces, cascada.
Todo fluye como el agua
si lo dejo salir.»
(‘Agua‘, de @chanelterrero)
🔹🔹🔹
Una de las principales características de los líquidos es precisamente el ser capaz de adoptar la forma del recipiente en el que se encuentran. Me parece de afortunado el no tener continente alguno contigo, y que podamos fluir tal como nos merecemos, compartiendo nuestro cauce y llegar finalmente a un mar que nos espera con los brazos abiertos.

Hay temas que son difíciles de abordar, precisamente por las problemáticas que supone no solo hablar de ello, sino también tener visiones extremas acerca de estos temas. En otros artículos de la serie «Tenemos que hablar» hemos abordado temas como los certificados de idiomas y de un tema tan crucial como los trabajos de fin de grado. Hoy vamos a hablar de un tema tan complicado como revolucionario: la inteligencia artificial, que está convirtiendo el panorama del campo de los proveedores de servicios de idiomas… y no especialmente desde un punto de vista positivo.
En la actual revolución tecnológica, la inteligencia artificial ha irrumpido en el mercado de la traducción prometiendo eficiencia y precisión sin precedentes; sin embargo, este avance no se libra de las críticas ni de las (obvias) preocupaciones para los traductores humanos. En este artículo, vamos a explorar de manera crítica el impacto de la IA en la traducción e interpretación, además de ofrecer una revisión de las luces y las sombras que se proyectan sobre el panorama lingüístico actual y futuro.
Sigue leyendo«Cuando zarpa el amor, navega a ciegas,
y es quien lleva el timón.»
(‘Cuando zarpa el amor‘, de @salma.ot2023)
🔹🔹🔹
Siento que, en esto del amor, a veces hay que correr más que otras; sin embargo, a pesar de que las distancias suelen ser cortas entre los amantes, me daba la sensación de llegar siempre tarde. Hasta ahora. Lo que vivimos es un paseo que nos hace poder disfrutar, por fin, del paisaje.
«Bailando alrededor del río,
aceptando todo lo que vino,
bebiéndolo y dejando ir.»
(‘Amapolas‘, de @leorizzi)
🔹🔹🔹
Todavía me parece curioso que, después de tanto tiempo, aún existan recovecos de nosotros que nos queden por descubrir. Lo mejor de este viaje es, precisamente, poder perderse en esos detalles, el ir sin brújula y saber que tendremos un buen destino.
«Apaga las luces del universo que voy a empezar a contarte los huesos,
Y quiero que el cálculo sea imperfecto, que siempre nos quede un error milimétrico.»
(‘Perseide’, de @carlossadness)
🔹🔹🔹
Mirar atrás en la vida solo sirve para dos cosas: para lamentar y para aprender. Para mí, me sirve, además, para redefinir conceptos como la suerte, el amor, el cariño y el abrazo, pero también el miedo, la ausencia y el dolor. Sin embargo, lo primordial que tiene el pasado es el recuerdo: de lo que ya no está para vivir al máximo lo que tenemos, lo que nos debemos, lo que nos queremos.

Aunque parece que la pandemia del 2020 nos queda lejos, todavía quedan algunos resultados de aquel parón total del mundo, que hizo que nos replanteáramos ciertos aspectos de nuestra vida tal como la conocíamos. En el mundo de la educación, por poner un ejemplo ilustrativo y cercano, los profesores se tuvieron que convertir en expertos del mundo digital de la noche a la mañana, algo que ya iba exigiendo el puesto y el contexto educativo desde hacía bastante tiempo, pero que, en un momento como el que vivimos hace ya casi cuatro años, se tenía que hacer contrarreloj.
Por la crisis del coronavirus —que, como digo, parece que queda superalejada del momento actual—, las casas de todo el país (y diría que, incluso, de todo el mundo) se convirtieron en aulas particulares, en las que los padres, gracias al teletrabajo y a estar en casa, pudieron realizar su labor de tutores en muchísimas ocasiones. Estaba claro que habíamos dado un paso que no podíamos desaprovechar: habíamos dado un paso a la educación online de forma generalizada.
Sigue leyendo«In daylights, in sunsets
In midnights, in cups of coffee
In inches, in miles
In laughter, in strife.»
(‘Seasons of love‘, de Rent)
🔹🔹🔹
Me sigue sorprendiendo la vida, con sus más y con sus menos. Lo que me ha sorprendido hoy es cómo vuela el tiempo a veces y lo lento que camina el resto, lo difícil que se hace la espera y lo fácil que se hace pensar en la vuelta.
«I still love you more than I should say,
I’m just tryna put that shit away.»
(‘Silly‘, de @troyesivan)
🔹🔹🔹
Me pregunto, una vez más, si seguirás pendiente del hilo rojo que nos une, si seguirás notando su tirantez y cómo quiero que te abrace los dedos y el resto de tu cuerpo. Yo, como siempre, me respondo: no hay cuerda más resistente que los abrazos que todavía nos debemos.
«Nos miramos tan dulce, comemos despacio.
Sentada en la nube, me tienes volando.»
(‘amor de verano‘, de @marlenaoficial)
🔹🔹🔹
Ya sabes que no me gusta pasar calor, y que con la medida justa de frío estoy siempre más a gusto, pero creo que ya debes saber a estas alturas que estoy viviendo un verano eterno contigo (y que me está encantando): disfrutando del sol de tu mirada, bañándome en tus besos, quemándome con las ganas que aún nos tenemos.
«No tengo manillas ni hago ding-dong,
porque tampoco soy un reloj.»
(‘Solo soy una persona‘, de Mecano – @quevuelvamecano)
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Hay veces que me siento desbordado, no solo por lo que tengo que hacer, sino también por lo que se espera de mí. ¿Alguien le puede decir al mundo que lo más probable es que aquel niño perfecto que fui nunca volverá porque seguramente nunca haya existido?

Después de unas navidades un poco convulsas, mucha gente se pone manos a la obra con los propósitos de Año Nuevo. Sinceramente, yo este año ni lo he intentado, pero me gustaría continuar con los hábitos buenos que ya estaba teniendo. Siendo autónomo es complicado hacer muchas cosas a la vez y, en la sociedad actual, donde la multitarea y las distracciones son omnipresentes, la productividad se ha convertido en un desafío cada vez mayor. El ritmo de vida que llevamos, sumado a las interrupciones constantes, puede hacer que nos sintamos agobiados y cansados simplemente con planear nuestras tareas. Por eso, es crucial adoptar estrategias efectivas para optimizar nuestro tiempo y alcanzar nuestros objetivos de manera más eficiente. Una de las técnicas más eficaces para lograrlo es el bloqueo del tiempo, un enfoque estructurado que nos permite gestionar nuestros quehaceres de manera más productiva y organizada.
Antes de adentrarnos en la técnica del bloqueo del tiempo, es importante entender por qué la productividad es un factor clave en nuestra vida diaria. Aunque ya hemos hablado de la productividad en otros artículos, hay que recordar que ser productivos nos permite aprovechar al máximo nuestras habilidades y recursos (que son limitados), nos ayuda a lograr nuestros objetivos y nos brinda una sensación de satisfacción y logro personal. Además, la productividad también está relacionada con una mejor gestión del estrés y una mayor calidad de vida, debido a que, si terminamos las tareas a tiempo o de forma escalonada y tranquila, no causamos ningún pico de ansiedad que nos pueda desequilibrar en nuestro día a día.
Sigue leyendo«¿Quién podía imaginar
que esto llegara a suceder?
Tan fuerte como una tormenta.»
(‘Me enamoro‘, de @anamenamusic)
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Dicen por ahí que la mejor forma de hacer que alguien aprenda a nadar es tirarlo al mar o a un río y dejar que el instinto de supervivencia haga el resto.
El problema es cuando te tiran a una piscina que está vacía. La hostia es monumental, y te acuerdas de todo menos de aprender a nadar. Desde aquí te agradezco no solo que me hayas llenado la piscina de agua, sino que hagas todo lo posible por hacer que deje los manguitos y podamos nadar felices.
«Oh, oh woe-oh-woah is me
The first time that you touched me»
(‘Mystery of love‘, de @sufjanstevens)
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Eres como ese libro que se guarda en la mesilla de noche, ese libro que miras con ilusión para ver qué historias cuenta y ese que te hace soñar en cosas bonitas, pero también ese libro que sabes que va a estar ahí esperándote antes de irte a dormir.

Hace ya un tiempo que llevo viendo cómo profesionales de diferentes sectores ven en el Máster de Formación del Profesorado una salida sólida a sus problemas laborales, debido a la supuesta estabilidad que ofrece la docencia (y que ya vimos que no se cumplía). No obstante, es importante tener en cuenta que esta opción no es para todo el mundo, y, sin embargo, sí que hay personas para las que esta formación en concreto es la indicada. Aunque pueda parecer una opción atractiva en cuanto a seguridad laboral, la verdad es que —al menos, en mi opinión— hay aspectos fundamentales, como la pasión y la vocación, para tener éxito en esta profesión.
En esta nueva edición de «Razones», después de hablar de otros aspectos laborales y personales (como el trabajo con academias, ser autónomo, opositar o trabajar como profesor), exploraremos las razones de peso por las cuales el Máster de Profesorado puede no ser la elección adecuada para todo el mundo, y también presentaremos una razón por la que estudiar este máster puede ser un acierto.
Sigue leyendo«Contigo el verano no se acaba nunca.
y la noche es menos oscura entre tanta ternura.»
(‘La ternura‘, de @carlossadness)
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Hay conversaciones que son necesarias, igual que hay actos que son inevitables. No somos plantas, pero tenemos que dejarnos regar, echar raíces y florecer. Es algo tan básico que no nos ponemos a pensar en ello hasta que nos encontramos ahogados por un invernadero. Menos mal que encontré aire fresco, agua y sol contigo.

Durante los últimos meses, he estado solicitando oferta de trabajo tras oferta; de hecho, he tenido que adaptar mi currículo varias veces porque había que añadir elementos o quitar otros que se habían quedado demasiado antiguos. Sea como fuere, en la última versión he añadido un punto que había dejado pasar en otras versiones anteriores, y es que fui autónomo.
No es que me avergonzara de ello, evidentemente, sino que consideraba que mi experiencia como profesional independiente no se ajustaba al 100% con el perfil por el que estaba postulando: el de la docencia. Ya hemos hablado en otros pasajes de este diario que la docencia y yo ya no somos tan buenos compañeros como antes, porque hemos pasado una relación un poco tormentosa a lo largo de los años, pero este no es el caso que vamos a tratar hoy.
Cuando trabajaba por cuenta propia, centré prácticamente la totalidad de mi tiempo en trabajar. Trabajaba mucho, trabajaba bien y en unas condiciones bastante asequibles. La verdad es que tuve bastante suerte. Debido a mi proyecto Diario de un futuro traductor, tenía bastante contacto con varias empresas y profesionales del sector, por lo que a través de esas relaciones, tuve mis primeros contactos laborales.
Sigue leyendo«Just act normal
Moka pot Monday, it’s all good
Hey, you
Should we just keep driving?»
(‘Keep Driving‘, de @harrystyles)
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No se te conoce por tus dotes en la conducción (tienes muchas otras), pero siempre me emocionas cuando lo haces. Entras, metes primera, aceleras y no frenas, a pesar de que conduces la carretera de mi cuerpo, que es una curva continua, y deberías tener cuidado. Cuidado porque al final vamos a llegar a nuestro destino, y no quiero que este viaje se acabe.

El inicio del curso es, prácticamente, como si fuera una página en blanco en la que poder escribir nuevas historias, aunque, por suerte o por desgracia, estas historias me son familiares: exámenes que no suceden, trabajos que aparecen y desaparecen, y un bolsillo lleno de proyectos que hacer en estos meses venideros. El problema, como siempre, es ver por dónde hay que caminar para seguir haciendo el camino.
Hace unos meses hablé de la importancia de la salud mental en entornos personales y laborales, y, de hecho, la terapia me ha hecho darme cuenta de muchos aspectos de mi vida que, a lo mejor, no iban en el camino correcto. El primero de todos fue el síndrome del impostor, que tanto daño nos hace a la gente de la generación milénica, en general, y a los que tenemos profesiones relacionadas con los idiomas/las humanidades, en particular. Hay otros aspectos laborales, como la insistencia por la docencia, incluso siendo un trabajo al que ya le había visto sus pros y sus contras, que me han hecho darme cuenta de que necesitaba ampliar horizontes y conocimientos, y así tener una experiencia personal más plena.
Sea como fuere, toca seguir para adelante y os comento un poco cómo han sido estos últimos meses, que han venido cargados de cosas por contar y de idas que plasmar en este diario de a bordo, que, por cierto, cumple ya ocho añazos. ¡Y por muchos más!
Sigue leyendoLa Casa nació en algún momento en los años setenta, aunque, por el estado en el que está, podría haber llegado a este mundo en los años cincuenta. No tuvo una infancia fácil, pues creció rodeada de naves industriales, en lugar de edificios que le hicieran compañía. Tenía algún que otro hermano, pero acabaron muriendo para poner un supermercado. No tuvo descendencia, pero sí que tuvo muchos inquilinos. Es una lástima que el último inquilino haya decidido abandonarla. Todavía se siente muy viva, a pesar de las arrugas y de las grietas. Todavía quiere a alguien que, por última vez, le llame «hogar».
Dije en un momento que hay personas que te marcan como un tatuaje; de hecho, coincido y añado: hay textos también que te marcan hasta el infinito. Precisamente por esa reflexión y reflejo que hay en algunos textos, es importante escribir con el corazón, y no con la cabeza, y dejar que lo dedos pasen por las teclas como si fueran su hábitat natural. Precisamente es lo que más me gusta de mis escritos, que hablan desde un punto personal que hacen que me vea reflejado, pero que también sirva de espejo para otros. Seguramente por esa misma razón tengo tantos textos sin terminar.
Cuando eres niño, tienes que jugar; sin embargo, a algunos niños se les exige ser adultos, tener madurez suficiente para llevar cosas para adelante y tener la conciencia lo más cuadrada posible. ¿La razón? Porque quienes deben tener la madurez suficiente deciden no tenerla. Suplir las figuras de referencia es algo que demasiados niños hacen… Hoy me pregunto que sería de ellos, de nosotros, si nos hubiéramos dedicado a jugar.
«En la segunda obra de Gael Bárcenas, ganador del Premio Planeta con su debut literario «Amarneceres», el tema sigue siendo el amor romántico y el deseo sexual; sin embargo, hace un extenso, pero certero reportaje de las relaciones homosexuales, en el que el autor comparte su visión sobre sus propios «líos, embrollos y dramitas varios», centrados precisamente en esa satisfacción que da sentirse querido, deseado y el protagonista de tu propia historia. ⭐⭐⭐⭐»
Despertarse a las 6 de la mañana no me hace gracia, pero es necesario para hacer todo lo que tengo que hacer. Una vez empieza el día, es cuestión de ir encadenando todo lo que me queda por hacer: que si ahora hago la compra, que si hago la comida, que si termino (por fin) de trabajar en este sitio que tan poco me gusta… y luego toca cenita, momento de cine y a dormir como los buenos. En realidad he descrito prácticamente cualquier viernes que se precie, pero el de mañana es especial.
Es curioso cómo me han ido llamando a lo largo de mi vida. Nunca he tenido un mote ofensivo y los apodos cariñosos con los que la gente me llamaba eran más pequeñas variaciones de mi nombre o de mi apellido que algún apodo en sí.
Sin embargo, hubo un episodio en el colegio que hizo que me empezaran a llamar todos «Parra». El origen tiene que ver con un chiste que hice a uno de los matones, intentando caerle bien, precisamente con una «parra» de por medio.
«Pues ya te lo has ganado: a partir de ahora eres el Parra», me dijo. La verdad es que tenía miedo de que todos me lo llamaran de forma despectiva, pero resultó ser que me lo llamaban de forma cariñosa, afectuosa y cercana. Todavía a día de hoy muchos tienen relevado mi nombre y me siguen llamando como me llamaban en el colegio: Parra.
La manzana que oculta el rostro del protagonista de esta obra tiene motivos religiosos, ya que es una referencia clara al pecado original, la tentación e, incluso, la inmortalidad. Es un símbolo que, en el título «El hijo del hombre», hace referencia al mismísimo Cristo.
Sin embargo, el hombre de la pintura no puede ser más normal. Viste bombín y traje, una indumentaria clásica y corriente durante los años en los que se creó la obra… y, aun así, a pesar de ser normal, nos oculta lo que más nos diferencia: el rostro.
Esta ocultación por parte del autor nos hace tener curiosidad por saber qué está pasando, que nos está queriendo contar, qué hay que hacer para entender su mundo.
Este que os cuento hoy es un sueño recurrente. La primera vez me resultó tan real y tan angustiosa que, supongo que a modo de defensa, mi cabeza ha sido incapaz de replicar esa misma sensación.
Me levanto de la cama, con mucho sueño. Miro el reloj: todavía no han dado las dos de la mañana. Me cambio de ropa, me lavo la cara, cojo las gafas y me dirijo a la calle. Decido entrar en el coche, meto la llave en el contacto, lo arranco y empiezo a conducir con destino desconocido. El tráfico es ligero, por lo que acelero un poquito más de la cuenta. Adelanto sin mirar quién conduce, aunque debo decir que me da curiosidad a quién se le ocurre coger el coche de noche.
En un giro, mi volante no responde y acabo saliéndome de la carretera. Lo único que veo es cómo las luces delanteras alumbran un puente, un barranco, un terraplén… y cuando veo que no me ha pasado nada e intento quitarme el cinturón, me despierto. Siempre me pasa igual, aunque, insisto, la primera vez fue la que más miedo me dio.
El otro día me puse a contar: hemos visitado tres países, hemos hecho —al menos— diez viajes, hemos tenido cientos de cenas y y hemos compartido miles de noches durmiendo. Como se me da tan bien contar, me da la sensación de que hay veces en las que necesito recordarte que tú, que también sabes contar, puedes contar conmigo.
—Tenemos que hablar —dijo, finalmente, rompiendo el silencio—.
Lo había estado pensando durante meses, pero era el momento idóneo. Le habían ofrecido un puesto en otra ciudad y, por otra parte, estaba harto de poner copas y volver a casa para no recibir el cariño que necesitaba.
La frase fue fatal. El receptor del mensaje se había dado cuenta de que la historia se acababa y no pudo hacer otra cosa que romperse en llanto. Nuestro protagonista, sin embargo, se mantuvo fiel a sus principios y, aunque también le daba pena, para él fue una liberación más que cualquier otra cosa.